miércoles, 8 de abril de 2015

LA DE LA FALDITA



Tenía la mirada fija, sólo tenía una oportunidad para robarme a esa cabrona. Mientras esperaba a que abrieran la puerta decidí prender un cigarrillo. Lance la colilla por la ventana del coche. Me tuve que volver a limpiar el sudor de las manos: odio esperar tanto.
Con su faldita de puta, sus piernas gordas y fornidas, salió de su casa. Dobló hacía la izquierda y espero el camión. Prendí el coche, avance y me paré justo en frente de ella. La subí  al coche a madrazos.
Iba manejando, prendí otro cigarro, me seguían sudando las manos y el coche marcaba que la gasolina estaba por acabarse. Llene el tanque en una gasolinera  y pise el acelerador a fondo. Ella seguía callada, ajena a todo lo que iba a pasar.
Cinco, seis, siete, ocho horas pasaron desde que la robé de la parada del camión. No respiraba y yo la necesitaba viva. Paré el coche, y escuchaba a mi corazón bombear sangre a mi cerebro, manos, pies. Ella seguía sin respirar.
La baje del coche como la había subido. Le solté un par de bofetadas para que reaccionara, fue imposible, seguía sin despertar, sin respirar. Le tiré una botella de agua.
La volvía subir en la parte de atrás del coche, empezaba a apestar a muerto; me empezaron a sudar más las manos. Tenía que llegar con el jefe y yo no traía a su putita.
Me mandaron a la chingada con mi muertita en falda. Volví a manejar esas putas ocho horas para dejarla en esa esquina de donde la robe. Entonces lo vi.
Era ese cabrón de Sánchez, el hondureño, que aparte de jodido era un puto infiltrado de la otra banda. Y el patrón lo idolatraba.
Salí del coche le avente a su putita, le arrebate el cigarro y dispare. Ya llevaba seis muertitos en los que iba del mes. Entonces sentí la punta de la pistola en dos partes del cuerpo: en las bolas y en la sien.
Sólo escuche: “¡Disparen y que quede bien muerto ese hijoputa!”.

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